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Asincronía de invierno

Sorprendida, tomó el sobre y lo supo.  Hace años, se encontraban en hoteles oscuros. Algunas tardes iban por helados y café; y noches hubo cuando reposaron sobre algún poema de Huidobro. A veces, ella leía el Principito mientras él la abrazaba. Luego, él le hablaba de cómo Tolstói explicaba el sentido de la historia.  Se propusieron amarse en todos los lugares donde habían sufrido; aquel hotel donde habitó la soledad del abismo; aquella oficina donde la noche fue más oscura; aquella playa de arena tristísima. Pronto exploraron nuevos espacios; una camilla, un escritorio, una alfombra. El deseo era tierno; la ternura les quemaba. Él decía que sus ojos contenían la noche y la mañana, y que su razones y cabellos eran libres y rizados. Ella amaba su voz, y la forma de sus hombros.  - «No me escribas hasta que yo te diga.» - Le dijo ella antes de partir, y luego escribió versos por años; hasta que sintió que era tiempo de romper la frágil estructura del silencio. Esperaría solo un poco más;

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«Nacemos olvidados.» - pensaba. - «San Agustín lo sabía; Romanos enseña la predestinación; además, están las matemáticas; si restas el mayor y menor número posible con las cuatro mismas cifras, por ejemplo:

A veces, es mejor estar muerto

Finalmente, el  Ministro de Salud anunció que los muertos serían dados de alta. H ubo cierto sobresalto; luego vino el miedo. Santiago era una ciudad ordenada, y generalmente no había fantasmas al medio día; era ya bastante con ver inmigrantes. Pronto comenzaron las dificultades; ¿se podía ocupar el asiento ocupado por un fantasma?;  ¿era discriminatorio? L os expertos en fantasmas sabían que sus cuerpos traslúcidos pueden ser atravesados; dicho de otro modo, el trasero de un fantasma puede contener otro trasero; pero acaso ¿no era una forma de invisibilizar a una persona recuperada?  

Antes de que todo esto acabe

Serie de Relatos Breves –La estamos pasando mal –le dijo ella, y agradeció por los alimentos.  En ese pequeño pueblo en el centro de Texas no había transporte público y sin auto... «Si no fuera por esto, mis hijos no tendrían qué comer… ni siquiera puedo ir a comprar al supermercado». Él se conmovió, le dijo que podía llevarla cuando terminara de repartir los víveres.

El ángel y el Whisky

Serie de Relatos Breves –«¡Dale la Tablet para que no joda ese mocoso de mierda!». Lo dijo con ojos y dientes apretados; ahogando sus ojeras en un escocés doble, su último. Estaba cansada. Los días encerrada eran insoportables; su única salvación era ese escocés que tomaba con ojos cerrados; como un bálsamo sagrado.

¿Adónde?

Serie de Relatos Breves Carlos era metódico. Desde el borde de la memoria, despertaba a las cinco de la mañana. Se duchaba con agua fría; desayunaba dos panes con mantequilla y una taza de leche con café instantáneo. Luego, gastaba 15 segundos frente al espejo; sacaba los platos de la alacena, les quitaba el polvo y los guardaba. Almorzaba dos zanahorias, atún y una naranja. La siesta coincidía siempre con el segundo párrafo de una novela de Miller; siempre dormía en la misma palabra. Atardecía mirando a la gente por la ventana.  Los sábados, llegaban sus compras semanales.