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Mostrando las entradas etiquetadas como Relatos breves

Asincronía de invierno

Sorprendida, tomó el sobre y lo supo.  Hace años, se encontraban en hoteles oscuros. Algunas tardes iban por helados y café; y noches hubo cuando reposaron sobre algún poema de Huidobro. A veces, ella leía el Principito mientras él la abrazaba. Luego, él le hablaba de cómo Tolstói explicaba el sentido de la historia.  Se propusieron amarse en todos los lugares donde habían sufrido; aquel hotel donde habitó la soledad del abismo; aquella oficina donde la noche fue más oscura; aquella playa de arena tristísima. Pronto exploraron nuevos espacios; una camilla, un escritorio, una alfombra. El deseo era tierno; la ternura les quemaba. Él decía que sus ojos contenían la noche y la mañana, y que su razones y cabellos eran libres y rizados. Ella amaba su voz, y la forma de sus hombros.  - «No me escribas hasta que yo te diga.» - Le dijo ella antes de partir, y luego escribió versos por años; hasta que sintió que era tiempo de romper la frágil estructura del silencio. Esperaría solo un poco más;

La sangre y el whisky

El sonido de las noticias en la televisión se mezclaba con el de la licuadora; los batidos saludables son tan angustiantemente ruidosos. Bob pasa la mano por la cara sin afeitar. Sus ojeras hablan de una noche llena de sobresaltos; vacía de verdadero descanso; una lluvia puede ser tortuosa cuando sus gotas resaltan el hastío por todas las cosas.  Alguna vez, Bob había sentido devoción por las cosas que crecen; había amado las montañas y la visión del mar. En su juventud solía pensar que las aves marinas anunciaban que la tarde estaba por cerrar.  Había amado y sentido el mundo como si fuera plano y sin extremos. Experimentó también la pasión y su sed destructiva y voraz. Buscó y defendió la verdad con fervor; mientras iba descubriendo que las verdades eran efímeras, a su debido tiempo todo principio era sumergido en la paradoja claridad de lo falso.   Cansado de abogar por causas inevitablemente perdidas, ahora sentía un hastío universal. Una amargura permanente le privaba del sueño. E

El Sueño del Sueño

El canal de las noticias le sacó de aquel mal sueño. La cuarentena, las responsabilidades y un incompleto rompecabezas de Monet estaban acabándolo. Era la tercera mala noche consecutiva.    En su sueño, Missouri demandaba a China por  los daños del COVID-19; luego China demandaba a USA por la crisis financiera; México, a España, por la conquista; España a Arabia Saudita, por la batalla de Guadalete; los palestinos al Vaticano, por las cruzadas; Italia, a Alemania por... entonces despertó con la rabiosa vergüenza que da la estupidez ajena. Miró el reloj, calculó sus movimientos; medio dormido, creyó escuchar a Trump diciendo:   _ «... supongamos que introduces luz dentro del cuerpo, o una inyección con desinfectante, suena interesante para mí.» Se pellizcó.  - «¿Sigo soñando o la realidad es absurda?»  Inyectarse desinfectante había sido probado con éxito por los suicidas, pero como política de salud, era toda una ocurrencia.  -«Tal vez, es un sueño dentro de otro sueño.» Entonces sint

La cuenta

- «¡Que se vayan a la mismísima mierda!» - gritó. Su exactitud superlativa se debía a la no menos superlativa frustración que venía padeciendo; ¡una hora tratando de pagar una cuenta de $2.00, por peajes! Un mes atrás, ganó diez minutos usando una autopista privada; ahora, los devolvía con creces.  Primero, una página llena de links irrelevantes y un gran anuncio de los mejores tacos mexicanos; luego, una aplicación que le pidió una contraseña con letras mayúsculas, minúsculas, caracteres especiales y un par de dígitos; y además, su color favorito. Luego un sentido “¡puta madre!” anunciando que la aplicación no tenía ninguna utilidad. Una hora y varios carajos después el pago estaba hecho.  ¿Valió la pena?  Recordó el mundo hace un mes; había llegado diez minutos más temprano ese día, los cafés llenos de gente, la vida. Le había tomado una hora de su cuarentena tratando pagar esos condenados dos dólares. Percibió, que durante esa hora no había pensado en la tristeza, ni en sus padres l

A veces, es mejor estar muerto

Finalmente, el  Ministro de Salud anunció que los muertos serían dados de alta. H ubo cierto sobresalto; luego vino el miedo. Santiago era una ciudad ordenada, y generalmente no había fantasmas al medio día; era ya bastante con ver inmigrantes. Pronto comenzaron las dificultades; ¿se podía ocupar el asiento ocupado por un fantasma?;  ¿era discriminatorio? L os expertos en fantasmas sabían que sus cuerpos traslúcidos pueden ser atravesados; dicho de otro modo, el trasero de un fantasma puede contener otro trasero; pero acaso ¿no era una forma de invisibilizar a una persona recuperada?  

Antes de que todo esto acabe

Serie de Relatos Breves –La estamos pasando mal –le dijo ella, y agradeció por los alimentos.  En ese pequeño pueblo en el centro de Texas no había transporte público y sin auto... «Si no fuera por esto, mis hijos no tendrían qué comer… ni siquiera puedo ir a comprar al supermercado». Él se conmovió, le dijo que podía llevarla cuando terminara de repartir los víveres.