Finalmente, el Ministro de Salud anunció que los muertos serían dados de alta. Hubo cierto sobresalto; luego vino el miedo. Santiago era una ciudad ordenada, y generalmente no había fantasmas al medio día; era ya bastante con ver inmigrantes.
Pronto comenzaron las dificultades; ¿se podía ocupar el asiento ocupado por un fantasma?;
¿era discriminatorio? Los expertos en fantasmas sabían que sus cuerpos traslúcidos pueden ser atravesados; dicho de otro modo, el trasero de un fantasma puede contener otro trasero; pero acaso ¿no era una forma de invisibilizar a una persona recuperada?
Luego surgieron otras dudas:
¿Por qué recuperar fantasmas?
No compran, ni pagan los boletos de la ópera, y rara vez añaden valor a los bienes inmuebles; salvo si son casas grandes o castillos, no atraen la atención de los turistas. La explicación era más patriótica: los fantasmas ayudaban a sostener la democracia. A la gente le gusta escuchar buenas noticias, aunque las diga un muerto
Una duda recorrió la ciudad: «Estos fantasmas, ¿no querrán votar a favor del gobierno que les había salvado de morir irrecuperados?»
Era un temor absurdo, los fantasmas tenían sus propios dolores.
- ¿Sabes algo, Mateo? - me dijo uno - A veces quisiera estar muerto.
Roberto Pável Jáuregui Zavaleta
De: Historias del Encierro.
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