Sentando frente a mi escritorio, aprovechando unos minutos entre dos lecciones por vídeo conferencia, conversaba con un amigo acerca del extraño momento en el que nos encontrábamos. Los pasillos abandonados, los salones vacíos, apenas algunas personas recorriendo el edificio como si fueran fantasmas. Mucho más lejos, al sur, en mi país, cuarentena y toques de queda. El mundo encerrado, como si se tratara de una película de los últimos tiempos.
La conversación me remontó a otro tiempo, algunos años atrás, a una tarde en la cafetería de la Universidad de Norte en Trujillo. Tomaba un respiro de una tarde de clases. Conversaba con un colega sobre ciertas cuestiones relativas al Derecho Empresarial, y la naturaleza económica del hombre, y rápidamente, las palabras nos llevaron hasta ese escenario en el que la economía finalmente quemaba el último recurso; y la civilización llegaba a su fin; sin mucha seriedad pensábamos en el mundo pos apocalíptico.
Ahora, varios años después, nos hemos quedado atrapados en casa. Ese sabor de catástrofe, de incertidumbre, de lejanía y aislamiento, propios del imaginario apocalíptico forman parte de nuestras percepciones y hacen aflorar todo el espectro de colores de la naturaleza humana.
Desde la estupidez de los que quieren sembrar el pánico con teorías conspiratorias, cada cual más delirante que la otra; o de los que quieren sembrar esperanzas mediante la predicación de falsedades. La masa quiere encontrar un Cristo en quien creer, o un judas a quien condenar. Mientras médicos, personal de salud, trabajadores de servicios esenciales, o el personal de limpieza de mi escuela, arriesgan sus vidas cada día para que las ciudades no perezcan.
La historia nos muestra que no es la primera vez que una enfermedad sacude la humanidad. Pero también que el ser humano no solamente ha buscado poder y gloria, sino también ha sido movido por su deseo de libertad y de belleza.
Hay quienes quieren reducir al ser humano a una mercancía, como si los ideales no fueran humanos, como si no formaran parte de nuestra realidad. Sin embargo, hay oscuridad y luz en la humanidad. Una tendencia innata a la destrucción, pero una búsqueda constante iluminación. No importa cuán negra se la noche que está por venir, volverán a ver calles y gente buscando, incluso a tientas, encender una nueva luz.
Roberto Pável Jáuregui
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